miércoles, 6 de abril de 2011

Maria Zambrano was born on April 22, 1904

Soñar es ya despertar. Y por ello hay un soñar que despierta la realidad aún dormida en los confines de la vigilia: en esa tierra donde la conciencia no se aventura; el espacio extraconsciente, en cuya frontera la atención acude sin ser notada, extremando su vigilancia; fronteras de seguridad que el “yo” establece desde su soberanía. Ya que el modo de vivir, de estar en la vida el hombre –éste que conocemos y nos impone– parece reproducir la situación, leyes y hábitos de una plaza fuerte sitiada: en el centro de un soberano tan implacable como vulnerable, que tal parece ser la ecuación.Emisarios subordinados y a menudo clandestinos transmiten órdenes hacia las murallas que defienden lo que se llama la persona, el “ser” entendido como toma de posesión de la realidad, ante todo de un espacio y de un tiempo. Y de esta muralla que encierra un espacio y un tiempo homogeneizados, la atención, el más continuo de los subordinados, mira el horizonte, transformándolo en frontera. Y la atención, la que vigila con toda la fuerza que de su soberano emana, no ejerce un simple observar, ese que permite descubrir la realidad o la irrealidad en el modo que más peculiar sea. La atención erige una barrera, provista como está de conceptos, juicios y, bajo y sobre ellos, de un espacio-tiempo establecido, permanentemente válido. La vigilia de la atención así armada, antes que observar, rechaza, condena. Y por ello sólo las realidades que se acuerdan con las exigencias de esta vigilante atención pueden en principio penetrar así en el recinto de la visibilidad.

Fragmento de El sueño creador

Despertar naciendo o despertar existiendo es la bifurcación que inicialmente se le ofrece al ser humano. Y el existir lo arranca del amor preexistente, de las aguas primeras de la vida y del nido mismo donde su ser nace invisiblemente para él, mas no insensiblemente. Todo le afecta en ese estado, un todo que, si se deja, se irá desplegando. Y él, el que nace en cada despertar, surgiría, por levemente que fuese, en una especie de ascensión que no le extrae de este su primer suelo natal, en ese lugar primero que parece sea como un agua donde el ser germina, al que no se puede llamar naturaleza, sino quizá simplemente lugar de vida. Mas el ímpetu del existir se precipita con la velocidad propia de lo que carece de sustancia y aun de materia, de lo que es sólo un movimiento que va en busca de ellas y arranca al ser que despierta de ese su alentar en la vida. Y aun antes de abrirse a la visión, se ve arrastrado hacia la realidad, lo que lo pone frente a ella, a que se las vea con ella. Y con el tiempo que se mueve, y al que él, el hombre, ya por fuerza ha de medir. Y la luz tendrá que ser por el ser humano reducida. Y si por un instante la recibe, él, ya sujeto de acción y del indispensable conocimiento, la reducirá a una luminosidad lo más homogénea posible, que a su vez reduce seres y cosas a lo que de ellos hace falta solamente para ser recibidos nítidamente. Ser percibido para ser fijado como meta o como obstáculo que se interpone. Y el milagro que entra por los ojos cuando la luz entera se presenta será tenido por deslumbramiento, del que hay que huir y hundir en el olvido. Y así el olvidar desconociendo comienza. Y se irá, si el ímpetu hecho ya exigencia de existir prevalece, se irá abriendo el abismo del olvido que condena corriendo tras del cuidado con creciente afán. Y del afán llega a la lucha por fatalidad el que se da a existir olvidándose de cuánto debe al nacimiento. Y la lucha por necesidad, y por ventura a veces, se vierte en agonía, en verdadera agonía, ya que es imposible abolir el nacimiento y su promesa. La promesa de ser concebido y de irse al par concibiendo enteramente, aunque no se vea el término, ni la meta. Fin y principio están unidos indisolublemente en el que se da a nacer, recogiendo de cada despertar lo que se le ofrece sin lucha. No hay lucha en dejarse alzar desde el insondable mar de la vida. Y no se sabe si es en su profundidad o en su superficie donde llega la centella del fuego que es al par luz, que es lo que puede mover enteramente la respiración. Una centella del fuego que no abrasa, aunque traiga a veces pena, la fatiga de respirar por entero como si el respirar todo de la vida atravesara ese ser que entra en ella. Y la respiración se acompasa por esta luz que viene como destinada al que abre por ella los ojos. El que así alienta al encuentro de la luz es alumbrado por ella, sin sufrir deslumbramiento. Y de seguir así sin interrupción. vendría él a ser como una aurora.

Fragmento de Claros del bosque

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