sábado, 26 de octubre de 2024

Un viajero cósmico en el Arsenal de Cartagena

  «Porque la realidad está por terminar, /aún no está construida. /De su consumación dependerá/ en el mundo de la vida eterna/ el retorno de una eterna salud.»   


Artaud

Imagen del libro* Imagina Cartagena. Dibujo de Tomás Mendoza
 

Era la segunda vez que visitaba el recinto. O quizás la tercera... pero habían pasado tantos años que apenas recordaba algunas zonas de su fisionomía. Allí se encontraba él, dentro del Arsenal de Cartagena, confinado, sin elección, en los contornos del cuerpo en el que le había tocado viajar desde que comenzó su aventura como terrícola.


Fue en el invierno de 1700 cuando, como portador de una estructura orgánica aparentemente idéntica a la del viajero protagonista, llegó Sebastián Feringán y Cortés, el hacedor del recinto. Hacia 1732 ya se habían puesto en marcha las obras para su construcción: cuarteles, talleres, almacenes, astilleros, carenas y diques en torno al Mar de Mandarache, la laguna interior que propiciaba la construcción de aquel puerto militar de dimensiones considerables. Todas estas infraestructuras fueron dotadas de un potente muro de cierre perimetral que lo mantenía completamente al margen de la vida de la ciudad.


Aunque era poco conocedor de su biografía, algo le decía que Feringán fue muy consciente de la alternancia de ciclos de tiempo y maduración que experimenta la vida, y de que cada unidad de vida lleva incorporado un mecanismo para autorregularse. En cierta manera, sus investigaciones consolidaban su convencimiento de que aquel ingeniero militar sabía, en su fuero interno, que ninguna estructura podría durar más de lo que su naturaleza funcional tuviera de útil para el despliegue orgánico de la evolución de las formas de vida a las que diera soporte.


Así tenía lugar su visita al recinto aquel día de invierno. De pronto volvió a caer en la cuenta de que se encontraba doblemente confinado: dentro de su propia piel, como de costumbre, y dentro de aquel recinto diseñado por Feringán.


Al borde del cantil del muelle, sentado en un enorme noray, sus ojos acompasaban las sutiles ondulaciones sobre la superficie del mar. Una vez más, estaba procesando las múltiples asociaciones que vislumbraba entre la estructura orgánica de su vehículo y la estructura artificial del entorno edilicio donde se encontraba en estado contemplativo: el muro perimetral y la epidermis, las puertas de acceso al recinto y las aberturas o umbrales donde los tejidos especializados atestiguan del flujo de información que entra y sale, y lo descodifican; las calles y las canalizaciones de gases, fluidos y materia sólida, los almacenes, los talleres de reparación, los cuarteles... y las cavidades carnosas, más o menos densas, que procesan las diversas formas de información. Y entre tanto, se sucedían los ciclos de transformación energética y los intercambios de calor entre los diversos sistemas y el medio que los circunda.


Examinando el paralelismo de las formas que surgían en esos dos niveles de observación podía llegar a explicarse las formas o apariencias como sistemas de emergencia de la vida, con sus mecanismos de adaptación y de defensa frente a otras apariencias de vida que, en principio, parecían ajenas a aquellas formas de confinamiento que daban soporte a sus movimientos.


El procesador de su vehículo, cumpliendo la función para la que había sido diseñado, traducía aquellos estímulos sensoriales a los códigos mentalesbásicos, para individualizarse y contarse su propia historia de los mundanales aconteceres: toda la vida sigue ciclos de tiempo. Esta afirmación le perseguía hasta la obsesión. Estaba convencido de que existía un orden, más allá de los patrones de pensamiento impuestos por la cultura dominante, y de que con esta manera de procesar la información llegaría a un profundo entendimiento del gran plan de la naturaleza del que se sentía una prolongación sensorial cualificada.


Otra vez: el muro... la piel... contenedores de dispositivos entrelazados que hacen posibles la continuidad de los procesos cíclicos de la vida. Y, a menudo se preguntaba: en esta yuxtaposición de confinamientos ¿qué queda de la intención germinal que prolonga sus formas? Como no alcanzaba a comprender los motivos para que una forma se extendiera indefinidamente en el tiempo, más allá del ciclo que aparentemente validaba su utilidad, le resultaba difícil aceptar las limitaciones intrínsecas al hecho de habitarlas. Aquel viajero cósmico no se estaba dando cuenta de que muy adentro de su vehículo se estaba cociendo, más allá del tiempo, una revolución silenciosa. Algo sobre lo que no tenía control ni, por descontado, la menor elección.


Con los ojos vueltos hacia dentro, su procesador mental seguía dando vueltas en torno al mismo patrón de pensamiento, tratando de llegar a ver más allá de las formas, la duración de los procesos y sus funciones: siempre nos confinamos con otros en las estructuras que alguna vez edificamos para defendernos de los peligros potenciales y abrigarnos de las inclemencias del exterior. ¿Habremos venido a experimentar la libertad en estas jaulas construidas para la coexistencia? Si este fuera nuestro cometido último, el triunfo del ejercicio humanista por excelencia sería experimentar la paz como resultado de amplificar la capacidad de amar a quien se habría convertido, casi sin darnos cuenta, en nuestra mayor amenaza: el compañero de celda o habitación. De ahí que los mayores inconvenientes de nuestro tiempo sean debidos, en gran parte, tanto a la creciente dimensión física de los espacios de encuentro, como a la compartimentación de nuestras residencias en diversos habitáculos estancos especializados, además del uso indiscriminado de los avances tecnológicospantallas y dispositivos que nos abducen y nos trasladan mentalmente a otros mundos... un coctel cuasi perfecto para evitar la confrontación directa con la presencia de todos aquellos que supongan un desafío la paz que creíamos haber conquistadoAsí, alienados con el desenfrenado progreso de la técnica, nuestra más preciada aspiración se debilita y hay que buscar, de manera intencionada, el acercamiento a los demás cuerpos para poder evaluar, en la relación con el otro, el nivel de conformidad con uno mismo, y con ello el reconocimiento de la propia naturaleza que, al ser singular, es múltiple y diversa.


Continuaba inmerso en su monólogo interno: a este vertiginoso ritmo corremos el riesgo de que la gran nave, el planeta tierra, deje de ser también un espacio de confinamiento para los humanos. ¿Acaso estaremos huyendo de nuestro más íntimo designio?, ¿se estará prolongando indefinidamente el ciclo que podría llevarnos a la propia autorrevelación?¿no podría, semejante exilio interior, estar arrebatándonos la posibilidad de autotrascendencia que nos brinda el verdadero progreso humano?, ¿quién soy?, ¿quién soy yo?, ¿quién soy yo para mí?...


Sin anunciar el movimiento, sus ojos se abren. El mundo se le aparece como un teatro; sobre el escenario los cuerpos interpretan la danza del tiempo y, en el aire, se desvanece lo soñado. La vida, visible al fin... ha revelado su cuerpo en la piel del mundo.


El presente relato de Ignacio Abad, junto con el dibujo de Tomás Mendoza, forma parte de un trabajo realizado por los 85 creadores, entre escritores y artistas, que han participado en el proyecto ‘Imagina Cartagena’, cuyo fruto es un libro y una exposición que se presentaron el 10 de octubre en el Palacio Consistorial.


martes, 30 de enero de 2024

El final de un Ciclo

 “La plaga emocional es una biopatía Crónica del Organismo.”

 “Desde el punto de vista de nuestros ideales "culturales", cabría esperar que la honestidad y la franqueza fuesen actitudes cotidianas y naturales. El hecho de que no lo son sino que, por el contrario, provocan asombro; que las personas sinceras y francas se consideran como algo raro; que, además, ser honesto y sincero implica tan a menudo un peligro social a la vida; todo esto no puede comprenderse de manera alguna sobre la base de la ideología cultural gobernante, sino sólo con un conocimiento de la plaga emocional organizada.”

Wilhelm Reich


Estamos asistiendo al final de una era; la que en Diseño Humano se ha calificado como Era de la Cruz de la Planificación. Estamos a las puertas de un nuevo ciclo global donde el acorazamiento social en la estructura y superestructura del poder se está haciendo trizas. 

Si la imposición de un orden desde afuera basado, en el mejor de los casos, en el “bien común” pudo fructificar en esta etapa evolutiva de la humanidad (1615-2026), ahora estamos viendo con una claridad creciente como las estructuras que no sirven al despliegue orgánico de la Vida y la Conciencia humana están haciendo aguas. Y cada vez más se expande un presentimiento generalizado de que algo que parecía muy sólido se está desmoronando: el antiguo orden y las inquietantes agendas gubernamentales. Mientras, podemos ver algunos destellos del Nuevo Ciclo Global, basado en un Orden Cósmico emergente: nos estamos equipando con herramientas -Diseño Humano Evolutivo- para volver la mirada hacia lo que somos en esencia y en potencia, experimentar nuestra condición energética y vibratoria, y expandir nuestra inteligencia vincular y planetaria para dar respuesta a los tremendos desafíos que nos trae la mutación del 2027

Sin embargo, sin cuestionar el orden “establecido”, el ser humano homogeneizado sigue confiando su seguridad y bienestar a un orden jerárquico donde impera el caos y la corrupción. ¿Qué nos queda aún por ver para dejar de confiar en autoridades externas de semejante condición?. Probablemente mucho todavía

Al parecer, la radiación de fondo fijada durante el ciclo de la Cruz de la Planificación, suministradora de los apoyos comunitarios y los deseos de compartir un experimento colectivo absolutamente encomiable, va a culminar agotando todas las vías y estrategias posibles a favor de este anhelo globalizador totalizante y alienante ya para una cantidad importante de seres humanos. 

Ra Uru Hu, el mensajero del Diseño Humano anunciaba el Nuevo Ciclo que va a dar comienzo a partir del año 2027: La Era del Fénix Durmiente. A nivel energético, este periodo marcará el final de una era de codependencia y el comienzo de otra enraizada en un principio existencial radical: ámate a ti mismo. La radiación de fondo emergente nos dirige hacia la experiencia de libertad que aflora al vivir la propia naturaleza, a la potenciación individual que nos trae los vínculos fértiles y creativos, correctos para el despliegue del potencial innato, a vivir en coherencia con la propia individualidad, honrando la Vida desde la conexión con nosotros mismos y encarnando un propósito único que  nos orienta y da sentido a este particularísimo viaje por el cosmos


“las más de las veces, los hombres no nos acercamos, siquiera, al umbral de lo que nos está pasando en el mundo, de lo que nos está pasando a todos, y, entonces, perdemos la oportunidad de habernos jugado, de llegar a morir en paz, y permanecemos domesticados en la obediencia a una sociedad que no respeta la dignidad del hombre”.

Ernesto Sábato