Somos lo que comemos,
somos lo que pensamos,
somos lo que
amamos,
somos lo que nos rodea...
somos lo que nos
contamos.
Somos conciencia auto-reflectante.
Parece que nos afecta gravemente cómo nos mira o nos
interpreta el otro. Vivimos profundamente condicionados por lo que creemos ser
para aquel o aquello que no somos. Esta extendida afección da lugar a mecanismos de compensación que distorsionan de manera alarmante la percepción de nosotros mismos, y transforman la prodigiosa aventura de vivirnos tal y como somos, en una lucha angustiosa por sobrevivirnos.
En el entorno en que nacemos y crecemos, nos acecha la falta de apreciación por la
singularidad innata con la que venimos a experimentarnos. Muy pronto nos sentimos tentados a probar una droga monstruosa:
ser visto y reconocido por todo aquello que
no somos. Esta temprana adicción nos ata a experimentar la vida desde una fijación fatal: la idea de aquello que creemos ser.
Parece que ya no nos sacian los relatos homogéneos que
nos contamos para creernos todos, o casi todos, lo mismo o algo parecido.
Así se han construido las dictaduras y las sociedades que conocemos.
El desencanto con lo estandarizado -el statu quo- se
extiende de manera irrevocable. Parece que estuviéramos llegando al final de un
ciclo.
Parece que otros muchos relatos sean ahora posibles, y que
haya quedado espacio para cualquier cosa que nos entretenga y nos permita
prolongar el delirio y la enajenación.
Mientras otros mundos cristalizan, o no,
seguimos huyendo hacia delante aunque el oeste, en construcción y decadencia galopantes,
nos parezca claramente un fraude.
Parece que la inestabilidad, la indeterminación y la
incertidumbre a la que por naturaleza nos impele el vivir tenga su momento de acogida y
afirmación en la unicidad del individuo.
Simultáneamente la singularidad
ficticia sigue calando de manera grotesca en las masas, embutiendo ingentes
cantidades de organismos humanos en las previsibles formas del narcisismo.
Parece que vivir en la superficie de los cauces y de las
cosas nos esté llevando en la corriente del divertimento y el cansancio que
indefectiblemente desemboca en el hastío.
Parece necesario y casi urgente dar un paso más, ir hacia dentro, quizás,
o de algún modo despegarse y mirar con la amplitud del que ha coronado una posición
cardinal.
Sin duda, todo ese futuro, con el que se nos llena la boca
de razones, depende de lo que está sucediendo en este preciso instante. De la
presencia y de la ausencia de mí como
polos de un equilibrio posible y plausible.
Sabiéndonos íntimamente únicos y que en esta condición reside
nuestro inconmensurable valor, nos dilapidamos vendiéndonos por lo que creemos
que nos hace valiosos a 'los ojos del otro'.
Para la sociedad, esa cosa
abstracta y abstrusa a la que cada cual alimenta a su manera, somos apenas una moneda de cambio cuyo valor
real es igual a cero. ¿Quién no se ha dado cuenta todavía?
A pesar de todo, parece que quisiéramos seguir atados a esta
rueda de producción y consumo contribuyendo con una energía vital que rara vez
se aprecia porque cada vez se hace más densa y viscosa: la vida humana se confina y se agota
en estos sin sentidos con la demostración de la 'propia' valía, la adherencia a ideologías gastadas y la persecución
del reconocimiento.
Cuando el peso y el precio de la singularidad ficticia se hace insostenible se
dibuja la posibilidad, quizás ineludible, de dar la bienvenida a una oportunidad real: la
emergencia de un nuevo ciclo en la rueda de nacimiento y muerte. El acontecer
de una individualidad orgánica, de una singularidad que conecta al organismo
con los ritmos de la vida: con su propia diferencia.
Estos últimos años se están creando las condiciones
materiales de acogida para la nueva humanidad emergente.
El planeta -escenario de nuestros mundos- nos devuelve la
mirada hacia adentro. Cada existencia humana descubre afuera el reflejo de su propio mundo.
Descubrir la irrealidad de lo que nos parece real es liberar un espacio diferenciado
en la 'propia' mente para la emergencia de un ser -el humano- que se sabe absolutamente único
y al servicio de algo inmensamente mayor que sí mismo.
Si nos lo contamos así dispondremos de evidencias suficientes para agudizar la mirada desde el interior de lo que somos, o de lo que estamos haciendo de nosotros mismos, como individuos que encarnan el extraordinario potencial para despertar a una conciencia auto-reflectante.