viernes, 17 de enero de 2020

I feel so different

Somos lo que comemos, 
somos lo que pensamos, 
somos lo que amamos,  
somos lo que nos rodea... 
somos lo que nos contamos. 
Somos conciencia auto-reflectante.

Parece que nos afecta gravemente cómo nos mira o nos interpreta el otro. Vivimos profundamente condicionados por lo que creemos ser para aquel o aquello que no somos. Esta extendida afección da lugar a mecanismos de compensación que distorsionan de manera alarmante la percepción de nosotros mismos, y transforman la prodigiosa aventura de vivirnos tal y como somos, en una lucha angustiosa por sobrevivirnos. 

En el entorno en que nacemos y crecemos, nos acecha la falta de apreciación por la singularidad innata con la que venimos a experimentarnos. Muy pronto nos sentimos tentados a probar una droga monstruosa:  ser visto y reconocido por todo aquello que no somos. Esta temprana adicción nos ata a experimentar la vida desde una fijación fatal: la idea de aquello que creemos ser.  

Parece que ya no nos sacian los relatos homogéneos que nos contamos para creernos todos, o casi todos, lo mismo o algo parecido. Así se han construido las dictaduras y las sociedades que conocemos.  

El desencanto con lo estandarizado -el statu quo- se extiende de manera irrevocable. Parece que estuviéramos llegando al final de un ciclo.  

Parece que otros muchos relatos sean ahora posibles, y que haya quedado espacio para cualquier cosa que nos entretenga y nos permita prolongar el delirio y la enajenación. 

Mientras otros mundos cristalizan, o no, seguimos huyendo hacia delante aunque el oeste, en construcción y decadencia galopantes, nos parezca claramente un fraude.
  
Parece que la inestabilidad, la indeterminación y la incertidumbre a la que por naturaleza nos impele el vivir tenga su momento de acogida y afirmación en la unicidad del individuo. 

Simultáneamente la singularidad ficticia sigue calando de manera grotesca en las masas, embutiendo ingentes cantidades de organismos humanos en las previsibles formas del narcisismo.

Parece que vivir en la superficie de los cauces y de las cosas nos esté llevando en la corriente del divertimento y el cansancio que indefectiblemente desemboca en el hastío.

Parece necesario y casi urgente dar un paso más, ir hacia dentro, quizás, o de algún modo despegarse y mirar con la amplitud del que ha coronado una posición cardinal.

Sin duda, todo ese futuro, con el que se nos llena la boca de razones, depende de lo que está sucediendo en este preciso instante. De la presencia y de la ausencia  de mí como polos de un equilibrio posible y plausible.

Sabiéndonos íntimamente únicos y que en esta condición reside nuestro inconmensurable valor, nos dilapidamos vendiéndonos por lo que creemos que nos hace valiosos a 'los ojos del otro'. 

Para la sociedad, esa cosa abstracta y abstrusa a la que cada cual alimenta a su manera, somos apenas una moneda de cambio cuyo valor real es igual a cero. ¿Quién no se ha dado cuenta todavía?

A pesar de todo, parece que quisiéramos seguir atados a esta rueda de producción y consumo contribuyendo con una energía vital que rara vez se aprecia porque cada vez se hace más densa y viscosa: la vida humana se confina y se agota en estos sin sentidos con la demostración de la 'propia' valía, la adherencia a ideologías gastadas y la persecución del reconocimiento.  

Cuando el peso y el precio de la singularidad ficticia se hace insostenible se dibuja la posibilidad, quizás ineludible, de dar la bienvenida a una oportunidad real: la emergencia de un nuevo ciclo en la rueda de nacimiento y muerte. El acontecer de una individualidad orgánica, de una singularidad que conecta al organismo con los ritmos de la vida: con su propia diferencia.

Estos últimos años se están creando las condiciones materiales de acogida para la nueva humanidad emergente.

El planeta -escenario de nuestros mundos- nos devuelve la mirada hacia adentro. Cada existencia humana descubre afuera el reflejo de su propio mundo. 

Descubrir la irrealidad de lo que nos parece real es liberar un espacio diferenciado en la 'propia' mente para la emergencia de un ser -el humano- que se sabe absolutamente único y al servicio de algo inmensamente mayor que sí mismo. 

Si nos lo contamos así dispondremos de evidencias suficientes para agudizar la mirada desde el interior de lo que somos, o de lo que estamos haciendo de nosotros mismos, como individuos que encarnan el extraordinario potencial para despertar a una conciencia auto-reflectante.